Dando los primeros pasos en el campo de la Meditación, solía irme a una especie de llanura rodeada de pequeñas montañas para meditar. Siempre iba a la hora del atardecer, por lo que tenía hermosas experiencias y con frecuencia me arrobaba en éxtasis.
Un día, sentado en posición de loto, tuve una expansión significativa de la conciencia, me sentí unido a Todo, a la naturaleza, a la humanidad, sentí a todos como parte de mí, unidos a mí, lloré de emoción extasiado ante esta experiencia interna.
Las lágrimas brotaban de mis ojos y un tremendo gozo interno bullía en mi corazón, me encontraba con los ojos cerrados, entonces comencé a sentir que pequeñas gotas de lluvia comenzaban a caer. Supe que no llovería fuerte ya que el sol del atardecer también estaba presente, así que seguí disfrutando esos momentos de paz interior.
Luego de unos minutos abrí los ojos y ¡cual no sería mi sorpresa!, frente a mí un doble arco iris surcaba el cielo, entonces comencé a sonreír y a decir: “gracias, gracias”.
A partir de esa experiencia me sentí confiado, el temor se alejó, surgió una gran confianza en mí mismo y supe que la Meditación tenía una significación especial para mí.