Había una vez una jovencita del campo a quien su padre acostumbró a divertir tocándole un cuerno, ella vivió feliz junto a aquel hombre, bueno en demasía, quien con un amor inmenso le tocaba el cuerno y ella sonreía feliz.
Sin embargo, llegó la adultez y la joven decidió emigrar a la ciudad en busca de una mejor vida. Llegada a la metrópoli, escribía a su buen padre semana tras semana, pero al cabo de un tiempo, y sin explicación alguna, las cartas fueron espaciándose en su llegada, hasta que dejaron de ser recibidas.
Al tiempo de desaparecer las cartas de la otrora niñita feliz, comenzaron a llegar noticias del mal camino en que se encontraba en la ciudad, todos denigraban a la muchacha, aunque nadie se ocupó de ayudarla o de indicarle al padre dónde hallarla, sólo estaban entretenidos con los chismes y malos comentarios.
Muy preocupado, el padre decidió buscar en la ciudad a su amada hija, rastreó todas las calles sin ningún éxito, deambuló sin rumbo, sin dirección, sólo movido por el amor. Aquel campesino buscaba una aguja en un pajar, una arenita que amaba, perdida en una gran playa.
Cansado, desesperado, derrotado, se sentó en una calzada de la gran ciudad y aceptó que de esa manera jamás la encontraría, entonces en su oscuridad llegó la luz, tuvo una idea maravillosa que consistía en volver al campo, traer el cuerno que tanto gustaba a su hija y tocarlo en cada esquina de la gran ciudad.
Dicho y hecho, el buen hombre buscó su cuerno y estacionado en cada esquina lo sonaba. Cuando tocaba, en su aliento le decía a su hija: “ven hija mía, te amo”, el aire que sonaba el instrumento iba acompañado del perdón por todo lo que ella había hecho. Aquel sonido llevaba en su grave nota el mensaje de que lo importante era ella y nada más, lo demás podía olvidarse.
Tomado por loco, pero con su firme propósito, el campesino sonaba su cuerno, hasta que un día, la jovencita reunida con otras amigas, oyó el inconfundible sonido que tanto le gustaba, supo que era su padre que le buscaba, sintió en su alma lo que acompañaba aquellas notas, sintió el perdón, el amor verdadero, su propia salvación.
Olvidó todo, corrió hacia el lugar del que salía aquel sonido de amor, lanzándose en los brazos de aquel campesino, quien con un abrazo y un beso le reiteró lo que su canto le decía, la llevó de vuelta al hogar, regenerándola, regresándola al camino recto.
No hay que abandonar a las personas en sus derrotas o en momentos de grandes tribulaciones, aunque no se comprendan sus actuaciones, todo lo contrario, acompañarles y apoyarles, así estaríamos demostrando que nuestro amor es genuino y verdadero.
Las personas han perdido la perspectiva con relación al Amor, piensan que es algo “fuera de moda” o sienten miedo de entregarse. Una persona que ama jamás podría tener un episodio de depresión, podría estar triste en un momento dado, pero nunca deprimida.
El Amor da fuerzas, produce ideales, la persona se levanta cada día con entusiasmo, alegría y optimismo.
Cuando hablo de Amor no me refiero solamente a la relación de dos personas. También puede amarse un ideal, una causa. Lo importante es Amar y hacerlo de todo corazón.
El Amor verdadero produce un torrente hormonal positivo tan poderoso que es imposible la aparición de la tristeza o un estado de ánimo deprimido. La persona que ama es entusiasta, alegre, disfruta la vida.
El Amor tiene una característica especial y es el inegoísmo. Es decir, el auténtico amor quiere lo mejor para el otro, anhela que la otra persona sea feliz y está decidida a sufrir si es necesario.
Puedes leer sobre el Amor, hablar extensamente sobre esta virtud, pero hasta que tu corazón no se derrita con su flama, permanecerás ignorante de su maravilla.
El Amor es perdonar ilimitadamente.
El Amor es servir extensa y desinteresadamente.
El Amor es una sonrisa, a pesar de un rostro severo y contrariado.
El Amor es comprender, aunque la falta sea grave.
El Amor es compasión, ilimitada compasión ante el dolor de un ser viviente.
El Amor quiere la felicidad para todos, no sólo para algunos.
Cuando Amas con el Verdadero Amor cargas con la condena de ser feliz. Es imposible no ser feliz cuando se ama auténticamente.
Si sufres de alguna enfermedad, medita cuidadosamente, es probable que alguna área de tu vida necesite Amor, quizás tú mismo necesites amor. Si ése es el caso, no esperes que los demás lo hagan, comienza a amarte a ti mismo. Si tú te amas, los demás te amarán.
Hay personas que tienen inconvenientes para encontrar a alguien que les ame. Ellos deberían preguntarse si realmente se gustan a sí mismos, si se aman.
Amarse a sí mismo significa desarrollar conductas constructivas, no dañinas.
Amarse a sí mismo es alimentarse correctamente, no sólo comer, sino alimentarse naturalmente.
Amarse a sí mismo es cuidar la salud debidamente.
Amarse a sí mismo es desarrollar cualidades positivas y curativas como la caridad, el perdón, la tolerancia, la paz y la armonía.
Amarse a sí mismo es meditar y orar diariamente.
Amarse a sí mismo es considerarse una persona valiosa e importante.
Amarse a sí mismo es limpiar y adornar, tanto el cuerpo como la mente.
Amarse a sí mismo es darse permiso para equivocarse y no sufrir por ello.
Amarse a sí mismo es elegir ser feliz, a pesar de cualquier inconveniente.
El Amor es la Vida misma, si anhelas vivir muchos años, con salud y alegría, entonces ama, no necesitarás pastillas ni cirugías, sólo ama.