A Juan se le terminó su tiempo de vida, era una buena persona por lo que fue recibido en el cielo por un Ángel del Señor, quien le preguntó al llegar:
– ¿Dónde está lo que Dios te envió a hacer al mundo?”.
Juan, todo confundido le dijo: – Señor, ¿Qué me envió Dios a realizar en el mundo? No recuerdo alguna encomienda.
El Ángel, lamentándose le contó lo siguiente: – Había una vez un joven cuya madre lo envió a comprar arroz para la comida del día, en el camino el muchacho se encontró con unos amigos y comenzó a jugar, con tan mala suerte de que se hirió un pie y tuvieron que llevarlo a la enfermería. Al salir, unas amigas lo invitaron a comer, ya que lo vieron hambriento, entonces cruzó miradas con una de ellas y se enamoró, pasando la tarde ensimismado con su nueva novia. Cuando llegó la noche regresó a su casa y al llegar su madre le preguntó: – ¿Y el arroz que te envié a comprar?
– ¿Cuál arroz? – le respondió Juan – No recuerdo nada, pasé un día de lo más extraño. Lo había olvidado todo. Asimismo, tú y millones de Almas son enviadas al mundo con una encomienda, pero comienzan a jugar con el mundo material y las relaciones que entablan, cuando regresan lo han olvidado todo y por eso tendrán que repetir y repetir la lección.
– ¿Y cuál es la encomienda que Dios me encargó? – Preguntó intrigado Juan.
El Ángel, con gran solemnidad le dijo: – Tu encomienda y la de los millones que viven en la tierra es sólo una: Amar.