Así como el pequeño niño corre todos los días a los brazos de sus padres para recibir besos, mimos y abrazos.
Así como río corre presuroso, recibiendo los golpes de las rocas y la inclemencia de las cascadas, sólo con la idea de fusionarse con el mar.
Así como la madre espera a su hijo que se fue a otro país y que pronto regresará a pasar un tiempo con ella.
Igual que la esposa sueña con el momento en que su pareja, el militar que fue a la guerra, regrese sano y salvo para colmarlo de atenciones.
Asimismo, nuestra mente y corazón debieran correr presurosos cada día hacia el corazón, la morada del Ser Real, a buscar esa paz, ese gozo y ese contacto divino.
Ante todo, somos un ser espiritual, no somos carne y huesos, eso es tan solo una envoltura que tarde o temprano dejará de existir y como entes espirituales necesitamos ese alimento que nos conforte el alma, pudiendo encontrarlo al contactar con la Realidad Última a través de una oración, de una meditación.
Ese contacto divino nos permite tener fuerzas para seguir adelante sin importar los obstáculos, aunque también nos otorga paz y contento al tener una esperanza cierta de Realización.